Lenguas venenosas



En una pequeña ciudad donde las calles estrechas susurraban secretos, vivía Clara Elena , una mujer de bondad inquebrantable. Sin embargo, en las sombras se escondían aquellos que, con lenguas afiladas como serpientes, tejían una red de envidia y malicia.


Susurros venenosos se deslizaban por las esquinas, manchando reputaciones y alimentando odios antiguos. Clara Elena , con su sola presencia, era un recordatorio constante de la luz que la envidia no podía apagar. Los chismes, esos hilos invisibles que unían a los malintencionados, intentaban enredarla, pero ella caminaba con la frente en alto, imperturbable.


La envidia y el odio, esos parásitos del alma, se retorcían en su impotencia, pues la pureza de Clara elena era un espejo donde se reflejaban sus propias miserias. Y así, el pueblo aprendió que las lenguas venenosas solo podían herir si se les daba oído.

La envidia es el homenaje que la mediocridad le rinde al talento. Las palabras pueden ser tan letales como cualquier veneno, pero solo tienen poder si permitimos que nos afecten. Cultivemos la fortaleza interior para que, frente a las lenguas venenosas, seamos inmunes y sigamos brillando con luz propia.

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