Dejar ir es darte cuenta que algunas personas son parte de tu historia

2020


Dejar ir es darte cuenta que algunas personas son parte de tu historia, no de tu destino. Eso no significa que no duela. Porque no es así es el dolor as grande que puede haber dentro  .Las despedidas siempre duelen, aun cuando hace tiempo que se ansíen. Esa es una de las leyes emocionales que rigen nuestra vida en interacción con los demás.

Hay relaciones (o personas) que hacen mella, pero por más que luches, por más que intentes salvar, por más que ames, por más que se deba permanecer, simplemente, con un soplo, se desmoronan.  No es bonito decir adiós, pero, a veces, sí es liberador y es en esa libertad donde reside la belleza y la necesidad.

Porque, a veces, tenemos esa necesidad de irnos para ser felices, de dejar atrás una vida llena de dolor y de inquietudes, de abandonar la incertidumbre emocional, de obtener nuestra paz interior y de ser artífices de nuestra libertad emocional.

“Es mejor retirarse y dejar un bonito recuerdo que insistir y convertirse en una verdadera molestia. No se pierde lo que no tuviste, no se mantiene lo que no es tuyo y no puedes aferrarte a algo que no se quiere quedar”. Es mejor decir adiós sin dejar palabras en el tintero



 Es mejor decir adiós sin dejar palabras en el tintero

Hay que saber decir adiós a las personas que dañan una parte de ti teniendo en cuenta que, de todo, absolutamente de todo, podemos extraer una lección para futuras experiencias. Eso no quiere decir que, a veces, no merezca la pena la tristeza que nos empuja a la deriva. Porque es bonito querer y aprender de las relaciones que no pueden ser.

Esto lo refleja muy bien un gran escritor, Gabriel García Márquez. Del pasaje que a continuación exponemos podemos extraer un gran aprendizaje emocional sobre la importancia de QUERER CON TODAS NUESTRAS FUERZAS, aunque ese querer tenga un punto que sentencie el final:

“Si supiera que hoy fuera la última vez que te voy a ver dormir, te abrazaría fuertemente y rezaría para poder ser el guardián de tu alma. Si supiera que esta fuera la última vez que te vea salir por la puerta, te daría un abrazo, un beso y te llamaría de nuevo para darte más.

Si supiera que esta fuera la última vez que voy a oír tu voz, grabaría cada una de tus palabras para poder oírlas una y otra vez indefinidamente. Si supiera que estos son los últimos minutos que te veo diría “te quiero” y no asumiría, tontamente, que ya lo sabes.


Siempre hay un mañana y la vida nos da otra oportunidad para hacer las cosas bien, pero, por si me equivoco y hoy es todo lo que nos queda, me gustaría decirte cuanto te quiero, que nunca te olvidaré   el mañana no le está asegurado a nadie, ni a joven o viejo. Hoy puede ser la última vez que veas a los que amas. Por eso no esperes más, hazlo hoy, ya que mañana nunca llega, seguramente lamentarás el día que no tomaste tiempo para si la una sonrisa, un abrazo, un beso y que estuviste muy ocupado para concederles un último deseo.

Mantén a los que amas cerca de ti, dile al oído lo mucho que los necesitas, quiérelos y trátalos bien, toma tiempo para decirles “lo siento”, “perdóname”, “por favor”, “gracias” y todas las palabras de amor que conoces. Nadie te recordará por tus pensamientos secretos”.


Cuando el adiós duela, abre los ojos y asume la lección

No hay nada más triste que un adiós. Porque hasta nunca es hasta nunca, pero un adiós es ¿hasta qué? Duren lo que duren los amores, las amistades o cualquier otro tipo de relación, estas se deben fundamentar en la expresión de los sentimientos, emociones o pensamientos.

Es importante que no nos quedemos con la sensación de que no hemos dicho lo que sentíamos. Porque el adiós es más doloroso cuando nuestra pluma contiene tinta. Si no la usamos, esta se secará y, probablemente, estropee nuestro útil de escritura.

Esto es, dicho de otra forma, que nuestro pasado emocional determinará nuestro presente. Así que es importante gestionar nuestros sentimientos, emociones y pensamientos, de acuerdo al momento que nos toca vivir.

Así que mantenedlo muy presente, un adiós duele, pero las despedidas más dolorosas son las que no se pronuncian, las que dejan asuntos pendientes en un cajón dorado con múltiples esquinas que pueden dañar nuestro corazón.

 





















No volvemos a ser los mismos después de un adiós

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En las despedidas siempre hay algo que se nos rompe por dentro. Podríamos decir que la fractura se produce en nuestras ilusiones, en nuestras esperanzas o en nuestros sentimientos. A partir de entonces esa parte de nosotros ya no vuelve a reconstruirse y, de hecho, puede llegar a atormentarnos. Después de un adiós nada vuelve a ser lo mismo.

Por eso, quien el algún momento de su vida se ha tenido que despedir de algo o de alguien muy importante, sabe que después de un adiós no vuelves a ser el mismo o la misma. Esto es algo que nos hace sentir cierta nostalgia y pesar.

Al fin y al cabo, un adiós es un duelo, sea forzoso o no. Así, en este proceso se suceden instantes, algunos de ellos dolorosos, que nos hacen sentir la necesidad de aferrarnos a los imposibles. Esto puede llegar a perturbarnos y a transformar lo que tras la despedida quedó de nosotros.



No hay nada permanente, después de un adiós todo se transforma

Las personas cambiamos y, con nosotras, nuestras relaciones con el mundo. Esto ocurre aunque deseemos con todas nuestras fuerzas que no sea así o incluso cuando estamos dispuestos a conformarnos para no pasar por el mal trago de “dejar marchar” algo que creemos necesitar.

Este último apunte es importante porque, como he dicho en muchas ocasiones, la sensación de necesidad coarta nuestras libertades y nos somete a las expectativas y a los comportamientos de los demás.  Si no cuidamos este aspecto, seremos carne de cañón para las relaciones tóxicas.

Por otro lado, toda despedida es una dulce pena. Aunque resulte paradójico, es dulce porque nos hace sentir y saborear lo amargo del momento, para ofrecernos la posibilidad de deleitarnos con el buen sabor de lo que vendrá después: la libertad emocional.

A veces, las despedidas son necesarias para volver a reencontrarnos con nosotros mismos, algo que es tremendamente difícil si vivimos aferrados o anclados a ciertos sentimientos, personas, lugares o actividades.


 

No te olvides de cerrar las heridas de tu pasado emocional

“Siempre es preciso saber cuándo se acaba una etapa de la vida. Si insistes en permanecer en ella más allá del tiempo necesario, pierdes la alegría y el sentido del resto. Cerrando círculos, o cerrando puertas, o cerrando capítulos, como quieras llamarlo. Lo importante es poder cerrarlos, y dejar ir momentos de la vida que se van clausurando.

No podemos estar en el presente añorando el pasado. Ni siquiera preguntándonos por qué. Lo que sucedió, sucedió, y hay que soltarlo, hay que desprenderse. No podemos ser niños eternos, ni adolescentes tardíos, ni empleados de empresas inexistentes, ni tener vínculos con quien no quiere estar vinculado a nosotros.

¡Los hechos pasan y hay que dejarlos ir!”.

Para comenzar una etapa nueva tenemos que cerrar muchas otras. Sanar las heridas de nuestro pasado emocional es doloroso y complicado. Sin embargo, realmente todos tenemos algo abierto en nuestras vivencias sentimentales pasadas que nos perturba el presente y que puede incluso llegar a determinar nuestro futuro.

Es normal que sintamos vértigo ante el abismo emocional después de un adiós. Así, al igual que nos sucede cuando tenemos que mirar hacia abajo desde gran altura, nuestra mente nos impide hacerlo.

Sin embargo, en este caso algo se ha caído por el barranco emocional y, aunque ya no lo vayamos a recuperar, tenemos que verlo para hacernos a la idea de que la caída lo ha destrozado. Es decir, que necesitamos ver para creer que ese pedazo que se desprendió de nosotros ya no nos pertenece. Fue bonito mientras duró, sí, pero se convirtió en una losa que te impedía seguir caminando por el sendero de tu vida.

En definitiva, cuando tengas que decir adiós da las gracias, pues cada despedida te ofrece la posibilidad de asumir un aprendizaje que resultaba indispensable para recorrer lo que tu existencia te depara. Después de un adiós, tu vida cambia.

Imagínate lo que puede ser volver a sentirte tú, aceptar y dejar ir todo lo que ya no te pertenece y poder caminar a paso ligero. Desde luego que no hay palabras en el diccionario que alcancen a describir esa sensación tan maravillosa y placentera

      













Dejar ir es darte cuenta que algunas personas son parte de tu historia



Nadie pierde por dar amor, pierde quien no sabe recibirlo 

Nadie pierde por dar amor, porque ofrecerle con sinceridad, con pasión y delicado afecto nos dignifica como personas. En cambio, quien no sabe recibirlo ni cuidar ese inmenso regalo es quien pierde de verdad. Por ello recuerda, nunca te arrepientas de haber amado y haber perdido, porque lo peor es no saber amar.

Afortunadamente la neurociencia va ofreciéndonos día tras día reveladoras informaciones que nos explican por qué actuamos como actuamos en esto del amor. Lo primero que conviene recordar es que el cerebro humano no está preparado para la pérdida, nos supera, nos inmoviliza y nos enclaustra durante un tiempo en el palacio del sufrimiento.

“El amor no tiene cura, pero es la cura de todos los males”

-Leonard Cohen-

Estamos programados genéticamente para conectar entre nosotros y para construir lazos emocionales con los que sentirnos seguros, con los que edificar un proyecto. Es así como hemos sobrevivido como especie, “conectando”, de ahí que una pérdida, una separación e incluso un simple malentendido haga que salte al instante la señal de alarma en nuestro cerebro.

Ahora bien, otro aspecto complejo sobre el tema de las relaciones afectivas es el modo en el que afrontamos dicha separación, dicha ruptura. Desde un punto neurológico cabe decir que empiezan a liberarse al instante las hormonas del estrés, conformando en muchos casos lo que se conoce como “el corazón roto“. Sin embargo, desde un punto emocional y psicológico, lo que sienten muchas personas es otro tipo de realidad.

No solo experimentan el dolor por la falta del ser amado. Sienten una pérdida de energía, de aliento vital. Es como si todo el amor dado, todas las esperanzas y afectos dedicados a esa persona se hubieran ido también, dejándolos vacíos, yermos, marchitos…

Entonces… ¿cómo volver a amar de nuevo si lo único que habita en nuestro interior es el polvo de un mal recuerdo? Es necesario que afrontemos estos momentos de otro modo. Te hablamos de ello a continuación.

 

Dar amor o evitar amar de nuevo

Todos nosotros somos un delicado y caótico compendio de historias pasadas, de emociones vividas, de amarguras soterradas y miedos camuflados. Cuando se inicia una nueva relación nadie lo hace enviando previamente todas sus experiencias pasadas a la papelera de reciclaje. Nadie empieza de “0”. Todo está ahí, y el modo en que hayamos gestionado nuestro pasado hará que vivamos un presente afectivo y emocional con mayor madurez, con mayor plenitud.

“Es mejor haber amado y perdido

que nunca haber amado en absoluto”

Ahora bien, el hecho de haber vivido en piel propia una amarga traición o, sencillamente, percibir que el amor se ha apagado en el corazón de nuestra pareja cambia mucho el modo en que vemos las cosas. Dar amor con intensidad durante una época determinada, para después quedarnos vacíos y enclaustrados en la habitación de los recuerdos y las ilusiones perdidas, cambia muchas veces la arquitectura de nuestra personalidad.

No falta quien se vuelve desconfiado, e incluso quien desarrolla poco a poco la gélida y férrea coraza del aislamiento donde interiorizar el clásico mantra de “mejor no amar para no sufrir“. Sin embargo, es necesario derribar una idea básica en estos procesos de lenta “autodestrucción”.

Nunca debemos arrepentirnos de haber amado, de habernos arriesgado a un todo o nada por esa persona. Son esos actos los que nos dignifican, los que nos hacen ser humanos y maravillosos a la vez. Vivir es amar y amar es dar sentido a nuestras vidas a través de todas las cosas que hacemos: nuestro trabajo, nuestras aficiones, nuestras relaciones personales y afectivas…

Si renunciamos a amar o nos arrepentimos por haberlo ofrecido, renunciamos también a la parte más hermosa de nosotros mismos.Sanar el amor perdido

Según existen ciertas diferencias entre hombres y mujeres a la hora de afrontar una ruptura afectiva. La respuesta emocional parece ser muy distinta. Las mujeres sienten mucho más el impacto de la separación, sin embargo, es común que se repongan antes que los hombres.

Ellos, por su parte, suelen aparentar estar bien, se visten con la máscara de la fortaleza refugiándose en sus ocupaciones y responsabilidades. Sin embargo, no siempre logran superar esa ruptura o tardan años en hacerlo. ¿La razón? El sexo femenino suele disponer de mejores habilidades para gestionar su mundo emocional. Facilitar el desahogo, buscar apoyo y afrontar lo ocurrido desde una perspectiva donde se halla el perdón y la actitud de pasar página suele hacer las cosas más fáciles.

Sea como sea, y más allá de los géneros o del motivo que haya originado esa ruptura, quedan claras algunas cosas que es necesario inocular en nuestro corazón a modo de vacuna. Ningún fracaso emocional debe vetarnos nuestra oportunidad de ser felices de nuevo. Digamos “no” a ser esclavos del pasado y eternos cautivos del sufrimiento.

Otro aspecto es bueno recordar que amar no es sinónimo de sufrir. No alimentemos esperanzas o alarguemos el “chicle” de una relación que de antemano tiene fecha de caducidad. Una retirada a tiempo salva corazones y un adiós valiente cierra una puerta para abrir otra, esa donde el amor se conjuga siempre con la palabra FELICIDAD.

Aun falta por terminar 


leonado montero2020


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